Quiero
ser el portavoz del agradecimiento a nombre todos mis compañeros Maestros, por
este reconocimiento que se nos hace por parte
del colegio hacia nosotros.
Son
muy pocas las instituciones que reconocen el preciado valor del elemento
humano. La gran mayoría hace especial énfasis en el producto, los
procedimientos, los procesos y las tareas y casi siempre se olvidan de lo más
fundamental: el factor humano.
Y
es aquí como en toda institución educativa,
somos uno de los pilares sobre los que se levantan los cimientos de la
nueva sociedad. Somos los Maestros los que al igual que Uds. los soldados,
libramos diariamente una fervorosa batalla en el campo de la educación.
Empuñamos
valerosamente nuestras armas, los libros, apuntes, marcadores y libretas y
arremetemos contra el enemigo común: la ignorancia, la inmoralidad y la
injusticia. Es por eso que nosotros los profesores, infatigablemente luchamos
día tras día, por tratar de cambiar esta retorcida sociedad ecuatoriana.
De
que nos sirven siete horas en una aula de clases, compartiendo
enseñanzas con nuestros alumnos, si con tan solo cinco minutos de televisión se
echan a traste todos los valores que aquí intentamos inculcar.
Nuestra
lucha es una lucha desigual. Es una
batalla por demás en desventaja. La gran mayoría de las veces los maestros
luchamos solos. Solos porque no contamos con el apoyo de los padres de
familia. A veces luchamos con hambre,
porque no hay remuneración que alcance en este país. A veces también luchamos
con sueño, porque nos llevamos parte de nuestro trabajo a nuestras casas. Pero qué importa, luchar
solos, con hambre o con sueño, porque luchamos contentos, porque luchamos convencidos de esta profesión tal vez no sea
la más lucrativa ni la menos laboriosa, pero es la profesión que escogimos
porque nos gusta enseñar, porque amamos
lo que hacemos, y hacemos lo que amamos.
Tal
vez sea como la metáfora de aquella persona que echaba semillas a la orilla del
camino. A sabiendas que muchas de esas semillas no germinarán jamás, ya sea
porque caen en terreno poco fértil o tal vez sean devoradas por los pájaros, o
no les llegue el agua suficiente que necesitan para subsistir. Pero solo basta
que una de esas semillas si germine, y se transforme una hermosa flor que
embellezca el paisaje del árido camino. Si tan sólo una semilla llegara a
germinar, Maestros, nuestro trabajo
estará cumplido.
Compañeros,
los invito a seguir sembrando, y quizás no nosotros, sino nuestros hijos, y los
hijos de nuestros hijos recojan algún día la fructífera cosecha que iniciamos
año, tras año, tras año.