jueves, 16 de julio de 2009

Bitácora de un maestro (4). La libreta de calificaciones

La libreta de calificaciones.

Era miércoles, 8:00 a.m., llegué puntual a la escuela de mi hijo.

“No olviden venir a la reunión, es obligatoria”.
Fue lo que la maestra escribió en el cuaderno del niño.

¡Pues qué se cree la maestra! ¿Cree que podemos disponer del tiempo a la hora que ella diga? Si supiera qué importante era la reunión que tenía a las 8:30 a.m., de aquí dependía un buen negocio y…. ¡tuve que cancelarla!

Ahí estábamos todos, papás y mamás… la maestra empezó puntual, agradeció y empezó a hablar.

No recuerdo qué dijo; mi mente estaba pensando cómo resolver lo de ése negocio, probablemente podríamos comprar una nueva televisión con el dinero que recibiría.

• “¡Juan Rodríguez! – escuché a lo lejos - ¿No está el papá de Juanito Rodríguez?” – dijo la maestra.

• “Sí, sí ¡aquí estoy!” – contesté pasando a recibir la libreta de mi hijo. Regresé a mi silla y me dispuse a verla.

• “¿Para esto vine? ¿Qué es esto?”

La libreta estaba llena de 08/20 y 10/20. Guardé las calificaciones inmediatamente, escondiéndola para que ninguna persona viera las porquerías de calificaciones de mi hijo.

De regreso a casa aumentó mi coraje a la vez que pensaba: ¡Si le doy todo! ¡Nada le falta! ¡Ahora le va a ir muy mal…! Me estacioné y salí del carro, entré a la casa, tiré la puerta y grité: ¡VEN ACÁ JUAN!

Juan estaba en su habitación y corrió a abrazarme.
• “¡Papi…!”
• “¡Qué papi ni qué nada!”

Lo retiré de mí, me quité el cinturón y no sé cuantos latigazos le di, al mismo tiempo que decía lo decepcionado que estaba de él.

• “¡Y te me vas a tu cuarto!”

Juan se fue llorando, su cara estaba roja y su boca temblaba. Mi esposa no dijo nada, sólo movió la cabeza negativamente y se fue.

Cuando me fui a acostar, ya más tranquilo, mi esposa me entregó otra vez la libreta de calificaciones de Juan y me dijo:
• “Léela despacio y después toma tu decisión…”

Esta decía así:

LIBRETA DE CALIFICACIONES PARA EL PAPÁ

TIEMPO QUE LE DEDICA A SU HIJO – CALIFICACIÓN

1. En conversar con él a la hora de dormir 08/20
2. En jugar con él 05/20
3. En ayudarlo a hacer la tarea 10/20
4. En salir de paseo en familia 08/20
5. En contarle un cuento antes de dormir 05/20
6. En abrazarlo y besarlo 09/20
7. En decirle lo mucho que lo quiere 08/20

¡Él me había puesto 08/20 y 10/20, a mí! Yo mismo me hubiese calificado con cero !!!

Me levanté y corrí a la habitación de mi hijo, lo abracé y lloré… Quería regresar el tiempo, pero era imposible… Juanito abrió sus ojos, aún estaban hinchados por sus lágrimas, me sonrió, me abrazó y me dijo:

• “¡Te quiero mucho papi!”

Cerró sus ojos y se durmió.

Bitácora de un Maestro (3). Los 10 mandamientos para ser buenos Padres

1. Demuéstrale lo mucho que le quieres. Todos los padres quieren a sus hijos pero ¿se lo demuestran cada día?, ¿les dicen que ellos son lo más importante que tienen, lo mejor que les ha pasado en la vida? No es suficiente con atender cada una de sus necesidades: acudir a consolarle siempre que llore, preocuparse por su sueño, por su alimentación; los cariños y los mimos también son imprescindibles. Está demostrado; los padres que no escatiman besos y caricias tienen hijos más felices que se muestran cariñosos con los demás y son más pacientes con sus compañeros de juegos. Hacerles ver que nuestro amor es incondicional y que no está supeditado a las circunstancias, sus acciones o su manera de comportarse será vital también para el futuro. Sólo quien recibe amor es capaz de transmitirlo. No se van a malcriar porque reciban muchos mimos. Eso no implica que dejen de respetarse las normas de convivencia.

2. Mantén un buen clima familiar. Para los niños, sus padres son el punto de referencia que les proporciona seguridad y confianza. Aunque sean pequeños, perciben enseguida un ambiente tenso o violento. Es mejor evitar discusiones en su presencia, pero cuando sean inevitables, hay que explicarles, en la medida que puedan comprenderlo, qué es lo que sucede. Si nos callamos, podrían pensar que ellos tienen la culpa. Si presencian frecuentes disputas entre sus padres, pueden asumir que la violencia es una fórmula válida para resolver las discrepancias.

3. Educa en la confianza y el diálogo. Para que se sientan queridos y respetados, es imprescindible fomentar el diálogo. Una explicación adecuada a su edad, con actitud abierta y conciliadora, puede hacer milagros. Y, por supuesto, ¡nada de amenazas! Tampoco debemos prometerles nada que luego no podamos cumplir; se sentirían engañados y su confianza en nosotros se vería seriamente dañada. Si, por ejemplo, nos ha surgido un problema y no podemos ir con ellos al cine, tal como les habíamos prometido, tendremos que aplazarlo, pero nunca anular esa promesa.

4. Debes predicar con el ejemplo. Existen muchos modos de decirles a nuestros hijos lo que deben o no deben hacer, pero, sin duda, ninguno tan eficaz como poner en práctica aquello que se predica. Es un proceso a largo plazo, porque los niños necesitan tiempo para comprender y asimilar cada actuación nuestra, pero dará excelentes resultados. No olvidemos que ellos nos observan constantemente y "toman nota". No está de más que, de vez en cuando, reflexionemos sobre nuestras reacciones y el modo de encarar los problemas. Los niños imitan los comportamientos de sus mayores, tanto los positivos como los negativos, por eso, delante de ellos, hay que poner especial cuidado en lo que se dice y cómo se dice.

5. Comparte con ellos el máximo de tiempo. Hablar con ellos, contestar sus preguntas, enseñarles cosas nuevas, contarles cuentos, compartir sus juegos... es una excelente manera de acercarse a nuestros hijos y ayudarles a desarrollar sus capacidades. Cuanto más pequeño sea el niño, más fácil resulta establecer con él unas relaciones de amistad y confianza que sienten las bases de un futuro entendimiento óptimo. Por eso, tenemos que reservarles un huequecito diario, exclusivamente dedicado a ellos; sin duda, será tan gratificante para nuestros hijos como para nosotros. A ellos les da seguridad saber que siempre pueden contar con nosotros. Si a diario queda poco tiempo disponible, habrá que aprovechar al máximo los fines de semana.

6. Acepta a tu hijo tal y como es. Cada niño posee una personalidad propia que hay que aprender a respetar. A veces los padres se sienten defraudados porque su hijo no parece mostrar esas cualidades que ellos ansiaban ver reflejadas en él; entonces se ponen nerviosos y experimentan una cierta sensación de rechazo, que llega a ser muy frustrante para todos. Pero el niño debe ser aceptado y querido tal y como es, sin tratar de cambiar sus aptitudes. No hay que crear demasiadas expectativas con respecto a los hijos ni hacer planes de futuro. Nuestros deseos no tienen por qué coincidir con sus preferencias.

7. Enséñale a valorar y respetar lo que le rodea. Un niño es lo suficientemente inteligente como para asimilar a la perfección los hábitos que le enseñan sus padres. No es preciso mantener un ambiente de disciplina exagerada, sino una buena dosis de constancia y naturalidad. Si se le enseña a respetar las pequeñas cosas -ese jarrón de porcelana que podría romper y hacerse daño con él, por ejemplo-, irá aprendiendo a respetar su entorno y a las personas que le rodean. Muchos niños tienen tantos juguetes que acaban por no valorar ninguno. A menudo son los propios padres quienes, como respuesta a las carencias que ellos tuvieron, fomentan esa cultura de la abundancia. Lo ideal sería que poseyeran sólo aquellos juguetes con los que sean capaces de jugar y mantener cierto interés. Guardar algunos juguetes para más adelante puede ser una buena medida para que no se vea desbordado y aprenda a valorarlos.

8. Los castigos no le sirven para nada. Los niños suelen recordar muy bien los castigos, pero olvidan qué hicieron para "merecerlos". Aunque estas pequeñas penalizaciones estén adecuadas a su edad, si se convierten en técnica educativa habitual, nuestros hijos pueden volverse increíblemente imaginativos. Disfrazarán sus actos negativos y tratarán de ocultarlos. Podemos ofrecerles una conducta aceptable con otras alternativas.

9. Prohíbele menos, elógiale más. Para un niño es tremendamente estimulante saber que sus padres son conscientes de sus progresos y que además se sienten orgullosos de él. No hay que escatimar piropos cuando el caso lo requiera, sino decirle que lo está haciendo muy bien y que siga por ese camino. Reconocer y alabar es mucho mejor que lo que se suele hacer habitualmente: intervenir sólo para regañar. Siempre mencionamos sus pequeñas trastadas de cada día. ¿Por qué no hacemos lo contrario? Si, con un gesto cariñoso o un ratito de atención resaltamos todo lo positivo que nuestros hijos hayan realizado, obtendremos mejores resultados.

10. No pierdas nunca la paciencia. Difícil, pero no imposible, Por más que parezcan estar desafiándote con sus gestos, sus palabras o sus negativas, nuestro objetivo prioritario ha de ser no perder jamás los estribos. En esos momentos, el daño que podemos hacerles es muy grande. Decirles: "No te aguanto"; "Qué tonto eres"; "Por qué no habrás salido como tu hermano" merman terriblemente su autoestima. Al igual que sucede con los adultos, los niños están muy interesados en conocer su nivel de competencia personal, y una descalificación que provenga de los mayores echa por tierra su autoconfianza. Contar hasta diez, salir de la habitación..., cualquier técnica es válida antes de reaccionar con agresividad ante una de sus trastadas. En caso de que se nos escape un insulto o una frase descalificadora, debemos pedirles perdón de inmediato. Reconocer nuestros errores también es positivo para ellos.

Bitácora de un Maestro (2). El profesor y Dios

¿ Dios existe ?

"Un profesor universitario retó a sus alumnos con esta pregunta: - ¿Dios creó todo lo que existe?

Un estudiante contestó valiente: - ¡Sí lo hizo, Dios creo todo, si Señor! - respondió el joven –

El profesor contestó:- ¡Si Dios creó todo, entonces Dios hizo el mal. Pues si el mal existe y consideramos que es un reflejo de nosotros mismos, entonces Dios es malo.

El estudiante se quedó callado ante tal respuesta y el profesor feliz se jactaba de haber probado una vez más que la fe cristiana es un mito, algo no cierto. Otro estudiante levantó su mano y dijo: - ¿Puedo hacer una pregunta, profesor?

¡Por supuesto! - respondió el profesor-.

El joven se puso de pie y preguntó: Profesor, ¿existe el frío?

¿Qué pregunta es esa? por supuesto que existe, ¿acaso usted no ha tenido frío?- respondió el profesor-.

El muchacho respondió: de hecho señor, el frío no existe según las leyes de la Física, lo que consideramos frío es en realidad ausencia de calor; todo cuerpo u objeto es susceptible de estudio cuando tiene o transmite energía, el calor es lo que hace que dicho cuerpo tenga o transmita energía; el cero absoluto es la ausencia total y absoluta de calor. Todos los cuerpos se vuelven inertes, incapaces de reaccionar, pero, ¿el frío existe? Hemos creado ese término para describir cómo nos sentimos si no tenemos calor, y….
¿Existe la oscuridad? -preguntó el estudiante-,
El profesor respondió: por supuesto,

El estudiante contestó nuevamente: se equivoca señor, la oscuridad tampoco existe. La oscuridad es en realidad ausencia de luz, la luz se puede estudiar pero la oscuridad no, e incluso existe el prisma de Nicol para descomponer la luz blanca en varios colores en que está compuesta con su diferencia en longitudes de ondas; la oscuridad no, un simple rayo de luz rasga las tinieblas e ilumina la superficie donde termina el haz de luz, ¿cómo puede saber cuán oscuro es un espacio determinado con base en la cantidad de luz presente en ese espacio? no es así; oscuridad es un término que un hombre ha desarrollado para describir lo que sucede cuando no hay luz presente.

Finalmente, él joven preguntó al profesor: ¿existe el mal?

Por supuesto que existe- contestó el profesor-, como lo mencioné al principio vemos violaciones, crímenes y violencias en todo el mundo; esas cosas son del mal.

A lo que el estudiante respondió: el mal no existe señor, o al menos no existe por sí mismo, el mal es simplemente la ausencia de Dios, es igual a los casos anteriores es un término que el hombre ha creado para describir esa ausencia de Dios, Dios no creó al mal, no es como la fe , el amor que existe, como existen el calor y la luz, el mal es el resultado de que la humanidad no tenga a Dios presente en sus corazones, es como resulta el frío cuando no hay calor, o la oscuridad cuando no hay luz,

Entonces el profesor luego de asentir con la cabeza, se quedó callado. El joven estudiante se llamaba Albert Einstein.

Bitácora de un maestro (1). Enséñele a pensar a sus alumnos.

No le de el pescado. Enseñe a pescar.

Hace algún tiempo recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que éste afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo. Leí la pregunta del examen y decía:

“Demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro”. El estudiante había respondido: “Llevo el barómetro a la azotea del edificio y le ato una cuerda muy larga. Lo descuelgo hasta la base del edificio, marco y mido. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio”.

Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente. Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el promedio de su año de estudio, obtener una nota más alta y así certificar su alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.
Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física.

Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contestó que tenía muchas respuestas al problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas. Me excusé por interrumpirle y le rogué que continuara. En el minuto que lo quedaba escribió la siguiente respuesta: “tomo el barómetro y lo lanzo al suelo desde la azotea del edificio, calculo el tiempo de caída con un cronómetro. Después se aplica la formula altura = 0,5 x aceleración x (tiempo al cuadrado). Y así obtenemos la altura del edificio. En este punto le pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar. Le dio la nota más alta.

Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta. "Bueno, respondió, hay muchas maneras, por ejemplo tomas un barómetro en un día soleado y mides la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio". Perfecto, le dije, ¿Y de otra manera?. Si, contestó, éste es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En éste método, tomas el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Según subes las escaleras, vas marcando la altura del barómetro y cuentas el número de marcas hasta la azotea. Multiplicas al final la altura del barómetro por el número de marcas que has hecho y ya tienes la altura.

Este es un método muy directo. Por supuesto, si lo que quiere es un procedimiento más sofisticado, puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Si calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la velocidad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores y aplicando una sencilla formula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio. En este mismo estilo de sistema, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo puedes calcular la altura midiendo su período de precesión.

En fin, concluyó, existen otras muchas maneras. Probablemente, la mejor sea tomar el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del portero. Cuando abra, decirle "Señor portero aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo."

En este momento de la conversación, le pregunte sí no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares) evidentemente, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios, sus profesores habían intentado enseñarle a pensar.

El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nóbel de Física en 1922, más conocido por ser el primero en proponer el modelo del átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica.